Yace aquí la evolución de quien he sido a quien soy.
El reflejo de quien fui, la proyección de quien creo ser.

5.22.2012

El abismo de sus ojos.

Sus ojos tristes solían cautivar hasta la más fría sonrisa.
Sabía que la mía no había sido la primera ni la última,
que mi corazón no valía ni más ni menos que los demás,
porque era solo eso, uno más.
Cuando todos batallaban por alegrarle la sonrisa,
¿por qué iba a ser yo quien lo lograra?
Menos aún cuando había tardado casi 4 largos años en permitirle atravesarme el corazón con una mirada.

El frío de la noche chocaba con el sudor impregnado en mi camisa por tanto caminar,
me recorría el cuerpo una ola de escalofríos
que tan solo me alborotaban las neuronas.
Me seguía preguntando como era posible haberle hecho esperar,
¿quién me creía yo para quebrarle la sonrisa que tantos intentaron enmendar?

Pero me refugiaba en el gozo de sentir que nunca sería una más,
de esos que cayeron en el abismo de sus ojos y se transformaron en piedra,
de esos cautivados por su aroma y su voz.
Aún cuando nuestros cuerpos ya habían amanecido desnudos,
uno junto al otro, bajo una lluvia de madrugada de agosto.

Pero, ¿a quién engañaba?
Sólo intentaba auto-compadecerme, porque en mis adentros sabía
que moría por ser del montón, quería hundirme en ese abismo.
No me importaba transformarme en piedra mientras fuera en sus ojos.

Y sabía que ella, aunque lo escondiera bien, estaba dispuesta;
dispuesta a comerme el alma sin pesar alguno.
Quería caer a sus pies, dejarme consumir el aliento.
Ajustar las agujas del reloj, ponerlas en reversa
y recuperar todo el tiempo que perdí.

Pero ella nunca volvería ante mi,
no era así de fácil,  porque no le interesaba mi corazón,
ni mi alma, ni el brillo de mis ojos...
Yo sabía que ella simplemente quería, de una vez por todas,
verme convertida en piedra,
hundida en el abismo de sus ojos.

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