Hay dos principios elementales que rondan el universo
y la existencia misma del ser humano.
Los mismos son irrefutables e inevitables,
temidos por unos y ansiados por otros.
El paso del tiempo y la llegada de la muerte son
elementos místicos, que acompañan la existencia
del universo mismo desde su nacimiento.
La vida, por ser vida como tal, es orgánica, finita.
Efímera y enigmática.
La primavera llega y florece el bosque.
El tiempo transcurre. Eventualmente es invierno
y hasta la flor más hermosa debe perecer.
Abriendo el paso a una nueva sonrisa,
a un nuevo momento en la existencia.
Digo sonrisa porque la Tierra sonríe
cuando el brote florece, y nos llamo enigmáticos
porque sonreímos al observar el brote florecer.
No hay mejor mentor que la naturaleza misma,
y es tras acompañarse de esta madre,
que se suaviza la tez devastadora de aquella
figura estilizada a la que llamamos “lo pasajero”.
No pretendo instruir la vida de ninguno,
pues cada hombre porta el peso de
su propia conciencia sobre los hombros.
Pretendo contarle mi historia,
acerca de como el silencio me ha hecho florecer.
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