Te tomó La Vida entre sus brazos,
era una bestia inmensa, fuerte, nunca le iba a ganar.
Te tomé por la cintura,
y empezamos a batallar.
Con un esfuerzo vano todas mis fuerzas tomaba
y hacia mi pecho te halaba.
La Vida, sin preocupación,
simplemente se quedaba en su posición.
Me miraba con unos ojos penetrantes,
con un poco de lástima en ellos quizá,
al saber que mi esfuerzo por ganarle
sería en vano.
Te tomó por los brazos y poco a poco
te empezó a hipnotizar,
te me resbalabas de las manos,
no te podía dejar escapar.
La Vida, burlándose de mi,
simplemente se quedaba ahí,
esperando que mis fuerzas se agotaran,
para poder dejarte ir.
No te quiero soltar,
me niego a dejarte escapar,
aún cuando ella tiene la batalla ganada
me niego a darme por sentada.
Se me hace difícil mantener la frente en alto,
con los ojos hinchados de tanto llanto.
Mientras tanto ella solo seguía esperando,
esperaba que mis brazos se desmoronaran, que mis fuerzas se acabaran.
Sabía que debía dejarte ir,
que era hora de partir.
Que a La Vida jamás le ganaría,
y que pronto ambas me dejarían.
Me dijo que dentro de mas batallara,
mas difícil sería aceptar la derrota,
dentro de mas pronto te soltara,
mi alma quedaría menos rota.
Mientras la bestia de mis manos te arrebataba,
te aferraste a mi,
como si de ello tu vida dependiera,
ambas sabíamos que ninguna quería que yo te perdiera.
Me negaba a la resignación,
simplemente en mi corazón eran más el orgullo y la pasión,
pero poco a poco te me resbalaste entre los brazos,
y no me quedó más que el sabor agridulce de saber que fuiste casi mía.