A pesar de que ella era de esas mujeres amantes de la vanidad,
fieles a sus sombras y rimel,
nunca la había visto lucir tan hermosa como el día en que despertó entre mis brazos sin una gota de maquillaje encima.
Con sus ojos negros mas brillantes que nunca.
Esa mañana había despertado antes, solo para contemplarla entre sus sueños, y acariciar sus brazos,
ella entre abrió los ojos y se volteó para regalarme uno de esos besos que me solían elevar hasta pluton,
para luego tomarme de la mano con la que le provocaba calosfrios de las caricias que le regalaba entre las sonrisas que me sacaba el verla respirar.
Nunca la había visto tan hermosa. Nunca he visto alguien verse mas hermoso que ella cuando duerme.