Miércoles por la noche, salí a tomar una caminata nocturna... en realidad no, salí a buscar a una amiga y no estaba. En fin, decidí tomar una pequeña caminata sin rumbo alguno, dejando que la vida me llevara a donde se suponía que debía estar.
Fui por una calle oscura y solitaria a ver si acaso mis pensamientos me iluminaban el camino,
la cabeza se me atormentaba con mil palabras, con voces, letras, sonidos, iba sola, o al menos eso creía, hasta que levanté la mirada y ahí estaba, esa luna que cada noche desde mi ventana me asomaba a alcanzar, entonces me di cuenta de que lo que tantas veces me habían repetido, incluyendo a mi profesora de estudios sociales, no estaba deprimida, simplemente distraída de las cosas lindas de la vida.
Sus ojos, su voz, el cariño de la gente, el azul del cielo, el color blanco, el negro y el gris, las formas de las nubes, la brisa de la mañana, el frío de las madrugadas, los abrazos, los besos, el amor...
De vuelta a mi casa, nuevamente levanté la mirada y ahí seguía, tan brillante como siempre, sus ojos se reflejaban en ella, su sonrisa era lo que la hacía brillar, nuevamente comprendí que siempre estás conmigo. Alegre, sí, alegre...
El cielo estaba despejado como nunca antes, miles de estrellas, sí, como sus lunares.